jueves, 9 de agosto de 2007

Un cuento de gatos


Autor: José Ruiz Quinteros


Había una vez una linda gata llamada Zulema que tuvo cuatro preciosos hijos . Nacieron en la parte de atrás de la casa, donde se guardaba la leña. Allí, la señora Verónica, les armó una cama en un cajón y les dio su leche y su comida todos los días. Los niños de la casa estaban muy contentos con este nacimiento. Era todo tan impresionante, ver que de la guata enorme de su gata Zulema habían salido esas cuatro cosas chicas y peludas, con sus ojos cerrados y sus pequeñas bocas siempre pegadas a la guata de su mamá.

Los gatitos a veces se asustaban mucho, cuando los niños se acercaban y los tomaban subiéndolos muy alto, pensando que en cualquier momento los iban a soltar; pero la gata Zulema los tranquilizaba diciéndoles que los niños hacían eso sólo para acariciarlos, que no se asustaran.

Las gatitas se llamaban Jacinta, Diana y Menta y el único gatito se llamaba Zanahoria. Todos eran blancos con café, menos el Zanahoria que era blanco con negro igual que su papá, el gato Zamorano. Famoso gato de la población. Gran cazador de ratones. Todos los gatos, más de alguna vez, habían sentido las afiladas garras del gato Zamorano y muchas gatas estaban enamoradas de él.

El gatito Zanahoria siempre demostró ser muy inquieto y preguntón:
- Mamá, ¿Por qué mis hermanas son del mismo color y yo no?
- Porque tú te pareces a tu padre y tus hermanas se parecen a mí. Siempre los hijos salen parecidos a alguien de la familia.
- Y ¿por qué no podemos correr como los gatos del vecino?
- Porque ellos nacieron antes que ustedes y son más grandes. Ya verás que en un tiempo más podrán correr y muy rápido.

Y así eran todos los días. El gatito Zanahoria preguntaba todo lo que sus pequeños ojos veían o sus oídos escuchaban. Y tan inquieto y preguntón era, que un dia le dijo a su mamá que quería salir al patio, pues estaba aburrido de estar en su caja todos los días. La gata Zulema le dijo que no, pues era muy chico aún y se podía caer al canal que pasaba por ahí.

Todos los días el Zanahoria insistía en salir al patio y la mamá , con mucha paciencia, volvía a repetirle que no podía salir todavía.

Un día , el gatito muy enojado, le dijo a su mamá:
- Me gustaría ser grande para poder hacer lo que yo quiera.
Y la gata Zulema le dijo:
- No hijo, tú, al igual que tus hermanas deben ir creciendo de a poco y así podrán disfrutar y conocer cada una de sus edades.
- ¡No mamá!, le gritó, ¡yo quiero ser grande ahora!, ¡no quiero esperar, no quiero!.
Y se fue corriendo a esconder detrás de unas botellas que allí habían, muy enojado, con sus ojos llenos de lágrimas, pues pensaba que su mamá no lo quería y se quedó profundamente dormido de lo enojado que estaba.

De pronto, un fuerte zumbido que molestaba sus orejas lo despertó y muy asustado vio que un enorme moscardón estaba volando alrededor y se acercaba a él amenazante.
-¿Por qué me atacas?, le dijo el Zanahoria, tapándose la cabeza con sus manos.
- Porque eres un gato grandote y estás durmiendo encima de las flores que yo necesito para alimentarme.
- ¿Cómo que un gato grandote?, si yo soy chiquitito, nací hace pocos días. Y se miraba su cuerpo, sus patas y sus enormes bigotes blancos. Y tanto se asustó que salió corriendo a esconderse detrás de unos matorrales. No podía creer lo que estaba viendo. Sus patas eran enormes, con inmensas garras, como las de su papá. Su cola podía moverla como una serpiente, larga, bonita. Qué entretenido todo esto, era como un sueño.
- ¡Al fin soy grande! - gritó el Zanahoria. Y comenzó a darse vueltas en el pasto de puro contento y jugaba con su cola, atrapaba una hoja seca, la tiraba para arriba y la agarraba con su boca. Tan feliz estaba que no se fijó en los ojos que lo miraban atentamente desde el techo de la casa, hasta que se tranquilizó y miró hacia arriba. Allí descubrió a tres enormes y gordos gatos que lo miraban fijamente.
- "Qué feos son" - pensó. "Y miran feo también".
Los gatos del techo hablaban entre sí.
- Qué gato más tonto.- dijo el más gordo.
- Tan grande y jugando con las hojas del patio - dijo el del medio.
- En vez de andar peleando con otros gatos o cazando ratones o pájaros - maulló uno negro con orejas blancas.

Y de repente, en un segundo, se dejaron caer del techo y lo rodearon; empezaron a acercarse a él y el pobre Zanahoria no sabía qué hacer o adónde escapar. Estaba acorralado y muy asustado. Uno de los gatos, que tenia los pelos parados le dijo:
- Mira gato tonto, aquí todos los gatos grandes tienen que saber pelear para ganarse la comida y no pueden andar jugando ni saltando como los imbéciles.
Mientras tanto, otro de los gatos, el gordo, que era plomo con manchas blancas en la cara, le pisaba la cola muy fuerte y el Zanahoria aguantaba y aguantaba el dolor con mucha valentía.
- Así que debes tener muy claro - siguió diciendo el gato de los pelos parados - nosotros, los gatos grandes, no podemos andar jugando con las hojas de los árboles o tirados en el pasto por ahí, haciendo tonteras. Nosotros debemos trabajar, pelear con otros gatos y cazar pájaros y ratones. ¡Oíste!.

Y le pegó con sus garras afiladas un tremendo arañazo en la nariz, que lo hizo salir corriendo con su nariz ensangrentada, desesperado en busca de su mamá. Pero no la podía encontrar, por más que la llamaba - ¡Mamá, mamá! - ella no aparecía. Y se quedó dormido escondido debajo de unos cartones, lamiéndose sus heridas que mucho le dolían.
- ¡Zanahoria, Zanahoria despierta hijo! - le decía la gata Zulema y le pasaba la lengua por la cara para despertarlo. - ¡Qué niño, dormirse tan profundamente!
- ¡Mamita. mamita, estás aquí!
- Claro que estoy aquí hijo, te quedaste dormido detrás de estas botellas y no te podía encontrar, hasta que escuché tu llanto. Parece que estabas soñando y llorabas muy asustado.
- Si mamá, soñé cosas muy feas, pero ya no importa, estoy contigo de nuevo y sigo siendo tu hijo chiquitito.
- Por supuesto que sí, todavía te queda mucho para ser grande, aunque te enojes.
- No mamá, si no me enojo. Nunca más me enojaré, quiero seguir siendo niño y jugar con mis hermanas todo el dia y tenerte cerca para que me acaricies con tu lengua. No quiero ser grande y tener que pelear con gatos grandes y feos. Estoy tan feliz mamita de tenerte a mi lado.

Y se metió bien debajo de la guata de su mamá quedándose dormido con una linda y tranquila sonrisa entre sus bigotes de gato chico.

La gata Zulema no entendió mucho todo lo que le dijo su hijo, pero se quedó más tranquila al escucharle decir que ya no quería ser grande, pues ella sabía que es necesario, ser un buen gato niño primero, para poder, en unos años mas, ser un buen gato grande.


FIN


Fuente: http://www.ulibros.cl/esquina/cuento_de_gatos.htm